Richard Mille RM 63-02 Automatic Worldtimer
- Redactor
- 19 oct
- 3 Min. de lectura
La geometría del tiempo invisible

Hay relojes que se limitan a marcar las horas, y luego está Richard Mille, el arquitecto de un tiempo que no se mide, sino que se experimenta. Con el nuevo RM 63-02 Automatic Worldtimer, la firma suiza vuelve a desafiar la lógica de la relojería contemporánea, proponiendo una sinfonía mecánica donde la complejidad se disfraza de sencillez. Resistencia, robustez, f1, tenis, los retos de la marca siempre han sido diferenciadores.
El RM 63-02 no es solo un reloj, es una metáfora del viaje. Un poema en movimiento que condensa el mundo en una muñeca. Su lema —“donde la complejidad se vuelve invisible”— no es un eslogan, sino una declaración estética y filosófica.

Richard Mille ha reinventado la complicación del world-timer —esa función que permite conocer la hora en cualquier ciudad del planeta— con la elegancia de quien domina la ingeniería como si fuera arte.
Mientras otros recurren a coronas o pulsadores, Mille apuesta por un bisel giratorio en oro rojo 5N, que se desliza con la precisión de un mecanismo astronómico.
Basta un simple giro para ajustar el reloj al huso horario de cualquier destino entre los 24 grabados en el bisel. Una rueda interna conecta el movimiento con esa rotación, alineando las horas del mundo con la delicadeza de una coreografía invisible.
El resultado es una lectura intuitiva, bella y funcional. Un disco bicolor distingue el día y la noche, mientras el realce interior graduado permite seguir el ritmo del planeta. En cada rotación, el viajero toca el pulso de la Tierra.

La caja del RM 63-02 es una oda al equilibrio entre fuerza y delicadeza, 47 mm de diámetro, 13,45 mm de grosor, oro rojo pulido y titanio grado 5 cepillado con precisión quirúrgica. La caja tripartita —compuesta por 106 piezas— no solo protege el corazón del reloj, sino que es parte del propio mecanismo.
Cada curva, cada pulido, cada microgranallado responde a un propósito funcional. Nada es adorno; todo es estructura. El fondo multirradio, sello distintivo de la firma, se ajusta ergonómicamente a la muñeca, recordando que en Richard Mille la comodidad es también una forma de sofisticación, a pesar de su gran tamaño.

Dentro de su carcasa late el calibre automático CRMA4, un movimiento manufactura de 37 rubíes que combina el titanio con el arte del esqueleto.
Puentes y platina en titanio grado 5, acabados con tratamientos PVD y electroplasma, biselados pulidos a mano… Cada milímetro revela el amor obsesivo de Mille por la perfección.

Su gran fecha, visible bajo las 12 h, está compuesta por dos discos esqueletizados que giran como los engranajes de un reloj celestial. Un pulsador en oro rojo, a las 11, permite su ajuste instantáneo, mientras otro —a las 4 h— activa el selector de funciones, una especie de “caja de cambios” relojera con posiciones para cuerda, ajuste o modo neutro.

Su barrilete de rotación rápida visible a las 7 en la esfera, ofrece 50 horas de reserva de marcha, garantizando una energía constante y una precisión cronométrica digna de la mejor tradición suiza. Todo alimentado por un rotor bidireccional de oro rojo y titanio, símbolo de la dualidad entre lujo y rendimiento.

El RM 63-02 no grita, sus virtudes se descubren con el tiempo, como una pieza musical que solo revela su armonía en el segundo movimiento. Con una estética espectacular y una legibilidad difícil de conseguir en relojes esqueletados.

Cada componente ha sido sometido a pruebas exhaustivas, 5.000 rotaciones de bisel, controles de hermeticidad, ajustes de par de apriete al micrón.
Incluso los tornillos —esas pequeñas esculturas de ingeniería— son de titanio grado 5 con diseño snake-eye, creados para resistir las tensiones del montaje sin perder su forma. No hay improvisación, ni ruido, solo precisión absoluta y belleza contenida.

Limitado a 100 ejemplares, el RM 63-02 Automatic Worldtimer no está hecho para quienes buscan un reloj, sino para quienes buscan un compañero de viaje perpetuo, rompiendo los esquemas, gran tamaño y color rosa en los indicadores.
No mide el tiempo, lo acompasa, no marca los minutos, los honra y en su combinación de oro rojo, titanio y transparencia técnica, encierra la promesa de un lujo que no depende del brillo, sino del conocimiento.
En un mundo saturado de relojes ruidosos, Richard Mille nos recuerda que la verdadera sofisticación es aquella que no necesita explicarse.

Porque el tiempo, cuando se vive con arte, deja de ser una medida… y se convierte en una experiencia.

















