Merche Llobera: La mujer que respira con la luz
- Redactor
- 3 oct
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Actualizado: 27 oct

En el vasto silencio del océano, donde la luz se filtra en haces místicos y la gravedad parece un recuerdo lejano, Merche Llobera ha encontrado su voz, pero no es una voz estruendosa, es una voz serena, casi susurrante, que habla en el lenguaje de los corales, de los cetáceos, de las corrientes. Una voz que ha sabido convertir el arte de la fotografía submarina en un acto de comunión con la naturaleza más pura y amenazada del planeta.
Merche Llobera, nacida en Madrid, es mucho más que una fotógrafa submarina, es una embajadora de los océanos, una cronista del mundo invisible que se esconde bajo la superficie del agua. Merche ha logrado fusionar sensibilidad estética y compromiso ecológico en una obra que no solo deslumbra por su belleza, sino que también educa, denuncia y transforma.
Lo que hace especial a Merche Llobera no es solo su capacidad técnica —que es impecable— sino su mirada. En sus imágenes, los animales marinos, o terrestres no son solo sujetos, son personajes, con alma, historia y dignidad. Sus composiciones juegan con la luz como si fueran acuarelas vivas, sus fondos no son simples paisajes, son escenarios dramáticos, teatrales, donde cada burbuja y cada sombra tienen intención.
🌊 La vida, a veces, se despliega como una corriente submarina, silenciosa, invisible, y de pronto, cuando menos lo esperas, te arrastra hacia un lugar del que nunca regresarás siendo la misma persona. Merche Llobera nunca planeó convertirse en fotógrafa de naturaleza, durante años su mundo se tejió con hilos de voz y melodías, estudió canto y doblaje, explorando la música como quien busca en la oscuridad una lámpara encendida. Cantaba para sanar heridas, para expresar lo que las palabras no alcanzaban, para habitar un silencio que parecía infinito, pero había algo más profundo, una corriente que bullía bajo la superficie de su vida. Un recuerdo infantil, los documentales de National Geographic que veía con su padre, los animales dibujados en tardes de lluvia, los sueños de bucear en mares lejanos y caminar por tierras salvajes. Aquella niña interior, dormida durante años, despertó el día en que su realidad cambió. Justo antes de la pandemia surgió una oportunidad de vender la empresa familiar, en la que llevaban trabajando Merche y su madre durante algunos años, tras el repentino fallecimiento de su padre. Esto provocó un giro en sus vidas y Merche se hizo una pregunta simple y peligrosa:
Si pudieras volver a soñar,
¿Qué harías?

La respuesta fue inmediata, viajar a las Islas Galápagos, ese santuario primitivo donde la vida parece haber comenzado de nuevo cada día, pero antes de embarcarse en esa travesía, otra pregunta la sorprendió, aún más transformadora:
“¿Te irás sin una cámara?”

El avión aterrizó entre volcanes dormidos y mares embravecidos. Merche llevaba consigo una carcasa nueva, un equipo que aún no dominaba, y un corazón expectante. Al sumergirse por primera vez, el mundo se transformó, la luz caía desde la superficie como una lluvia líquida, tiburones martillo se deslizaban en la penumbra, tortugas ancestrales flotaban como reliquias vivas.
Allí, bajo el agua, descubrió algo más que un paisaje, descubrió su verdadero idioma.
"La primera vez que miré por el visor y vi aquel universo azul, supe que había encontrado mi verdadera voz".
Cada inmersión era un poema sin palabras, una coreografía salvaje donde ella debía aprender a bailar con criaturas que no conocían la prisa ni el miedo humano.
Fue en esas aguas donde nació la fotógrafa, no por ambición, sino por necesidad de contar. No bastaba con mirar; había que compartir la intensidad de aquel mundo que parecía a punto de desaparecer.

Entre todas las imágenes que ha capturado, hay una que aún late en su memoria como si la hubiera tomado ayer, en Baja California, mientras el sol se hundía en un horizonte dorado, un grupo de orcas cazaba móbulas en una escena que parecía un ballet feroz y perfecto. Merche flotaba, inmóvil, mientras el océano rugía a su alrededor, entonces una de las orcas giró, y durante un segundo, la miró. No fue una mirada de animal salvaje, fue un reconocimiento.
"En ese instante entendí que no era yo quien observaba a la naturaleza, sino ella quien me estaba permitiendo estar allí".
La fotografía que tomó le otorgó premios, viajes y reconocimiento internacional, pero el verdadero premio fue haber sentido la intimidad de esa mirada, esa certeza de que el mar y sus criaturas guardan una sabiduría más antigua que la nuestra.

El camino de Merche no ha sido un remanso de paz, la fotografía de naturaleza —sobre todo la subacuática— ha estado marcada durante décadas por un lenguaje masculino, hombres que narran la aventura, hombres que imponen las reglas. Llobera llegó con una sensibilidad distinta, con una voz que algunos no quisieron escuchar.
"Hubo momentos en los que me sentí invisible, como si tuviera que demostrar dos veces mi talento para ser tomada en serio."
Hoy, esa invisibilidad se ha transformado en bandera, Merche trabaja junto a ONGs dedicadas a la conservación marina, impulsa proyectos que buscan salvar arrecifes y especies en peligro, y acompaña a otras mujeres jóvenes que sueñan con empuñar una cámara bajo el agua. Su lucha no es solo estética, es política, emocional y profundamente personal. Cada foto que captura es también una denuncia silenciosa, una súplica por los océanos que agonizan lentamente.

Por otro lado, en sus viajes, Merche también ha descubierto la belleza de la tierra firme, la sabana africana la recibió como una amante paciente, leonas estirándose al amanecer, elefantes que avanzan como montañas vivas, cielos que parecen infinitos. Pronto comprendió que fotografiar en tierra y fotografiar bajo el agua son experiencias radicalmente distintas:

En tierra, el fotógrafo es un observador distante, un intruso que debe pasar desapercibido, escondido tras un teleobjetivo.
Comienzas una nueva experiencia que quieres compartir con aquellos que quieran vivir y aprender contigo como es la fotografía salvaje. Dejaremos tu contacto al final del artículo para los que quieran vivir y aprender sobre la fotografía en la sabana.

En el mar, la relación es íntima, el animal se acerca por voluntad propia, tú no persigues, esperas, y si tienes suerte, la criatura te acepta y se queda a tu lado.

"El agua te iguala, no puedes imponerte, eres vulnerable, ligera, y tu respiración marca el ritmo de todo lo que sucede, si una ballena decide mirarte, te mira, sino, desaparece en la oscuridad, y no puedes hacer nada
Detrás de cada imagen perfecta, hay una historia de riesgo y entrega. Merche ha estado a centímetros de leones marinos agresivos, ha sentido la sacudida de una ballena saltando a pocos metros de su cuerpo, ha vivido la tensión de un león apoyando sus patas sobre el vehículo desde el que ella fotografiaba. El miedo existe, pero nunca la paraliza.
"Cada susto me recuerda que soy una invitada en un mundo que no me pertenece"
Esa humildad es la base de su arte, no dominar, no conquistar, sino honrar el encuentro.

Hoy, Merche Llobera es reconocida en certámenes internacionales, sus fotografías han viajado más lejos que ella misma, desde museos en Europa hasta galerías en Asia, sin embargo, su verdadero legado no son los premios, sino las emociones que despierta. En sus exposiciones, un niño puede detenerse frente a la imagen de una tortuga y decidir, sin palabras, que quiere proteger el mar. Un adulto puede descubrir, ante la mirada de una orca, que aún es posible asombrarse.
Cuando le pregunto qué le queda por fotografiar, Merche sonríe y me dice, "Todo"
"Porque la naturaleza nunca se repite, cada amanecer, cada inmersión, cada encuentro es irrepetible y eso lo hace eterno."
Merche Llobera no solo fotografía el mundo, lo traduce, convierte el silencio de las profundidades en lenguaje, transforma la fragilidad en belleza y la belleza en esperanza. Su historia nos recuerda que los sueños de la infancia no desaparecen, esperan y que a veces basta una chispa —una carcasa de cámara, una ballena que te mira, un viaje a Galápagos— para encenderlos de nuevo.
En sus imágenes, el mar respira, en su mirada, la luz se detiene y nosotros, espectadores afortunados, aprendemos a mirar el planeta como si fuera la primera vez.

Gracias Merche, por dejarnos descubrir, tu vida, tus experiencias, los instantes que plasmas de lugares recónditos, junto a los animales y personas que se cruzan en tu camino. Ha sido un placer cruzarnos en tu camino y conocer un poco más de tu historia. Te deseamos que coseches muchos éxitos, que se reconozcan y puedas vivir feliz haciendo lo que te apasiona.
Buen viaje.



























































