La punta del iceberg
- Redactor
- 20 sept
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El frío rostro de las presiones para cumplir objetivos inalcanzables en las multinacionales

El cine tiene la capacidad de iluminar rincones de la realidad que preferimos no mirar. La punta del iceberg (2016), una película inspirada en hechos reales, es la ópera prima de David Cánovas, basada en la obra teatral de Antonio Tabares. Bajo la apariencia de un thriller corporativo, la película se convierte en un espejo de nuestro tiempo, mostrando cómo las dinámicas de poder en las multinacionales moldean —y a menudo destruyen— la vida de quienes dependen de ellas.

El argumento parte de un hecho dramático, varios empleados de la misma sede de una empresa tecnológica se han suicidado en un corto espacio de tiempo. Para contener el escándalo, la dirección encarga a Sofía Cuevas (Maribel Verdú), una alta ejecutiva, investigar lo sucedido. La misión parece administrativa, pero pronto se convierte en un viaje al corazón oscuro de la compañía.
Los espacios que recorre la protagonista —despachos minimalistas, salas de reuniones asépticas, pasillos interminables— se presentan como escenarios fríos, donde la eficiencia suplanta a la humanidad. El decorado no es accesorio, es metáfora de un sistema donde todo se mide, todo se controla y nada escapa a la lógica de la rentabilidad.

El título del filme es una advertencia, de lo que aflora a la superficie —gráficas ascendentes, discursos motivacionales, tecnología puntera— oculta una masa oscura bajo el agua, una presión insoportable, miedo al despido, amenazas, chantaje emocional, soledad laboral. La película nos recuerda que las empresas modernas son capaces de proyectar hacia el exterior una imagen impecable, mientras internamente sostienen culturas de trabajo que rozan lo inhumano.
El iceberg es también la propia Sofía, una ejecutiva fría, disciplinada, convencida de que los números no mienten, pero a medida que se adentra en los testimonios de los trabajadores, se va resquebrajando esa coraza. La investigación se convierte, sin que ella lo busque, en un examen de conciencia:
¿Hasta qué punto quienes ocupan puestos de mando son cómplices de un sistema que normaliza la presión y convierte el sufrimiento en un daño colateral aceptable?
El trabajo como ficción contemporánea

El filme pone sobre la mesa un dilema de nuestro tiempo:
¿Trabajamos para vivir o vivimos para trabajar?
En las grandes corporaciones, esa línea se desdibuja, se instauran objetivos imposibles no como error de cálculo, sino como mecanismo de control. Se incentiva la competitividad entre compañeros, disfrazada de “motivación”. Se alimenta la idea de que todo el mundo es reemplazable.
El resultado es un teatro donde se actúa la ficción del éxito, aunque tras bambalinas reine la ansiedad y el miedo. La punta del iceberg evidencia que esa ficción tiene un precio, y que los suicidios que abren la película no son accidentes aislados, sino el síntoma extremo de un mal estructural.

La puesta en escena mantiene un aire teatral, pocos escenarios, muchos diálogos, tensión sostenida. Cánovas evita los artificios, y es en esa sobriedad donde el relato gana fuerza. No busca el escándalo ni el golpe de efecto; prefiere el silencio incómodo, la conversación cortada, la mirada perdida. La violencia no es física, es psicológica, la que ejerce una empresa sobre sus trabajadores cuando reduce a la persona a una cifra en una hoja de cálculo.
La moraleja: La humanidad frente a rentabilidad.
La gran enseñanza de La punta del iceberg es que ningún objetivo empresarial puede justificar la destrucción del individuo. El sistema que sacrifica la dignidad en nombre de la productividad no solo es éticamente cuestionable, sino que está condenado a naufragar, tarde o temprano, lo oculto bajo el agua sale a la superficie, como un cadaver humeante.

La moraleja es doble, para las empresas, un recordatorio de no se puede construir éxito, solo sobre el sufrimiento.
Para los individuos, una advertencia, aceptar sin límite y sin crítica la lógica de la rentabilidad absoluta es perder poco a poco la propia humanidad.
En tiempos en que se glorifica la hiperproductividad y la competitividad insana, el filme invita a preguntarnos algo esencial:
¿Cuánto estamos dispuestos a pagar —en salud, en vida, en sueños— por sostener la maquinaria del mercado?
La respuesta, quizás, ya está en el título, lo que vemos es solo la punta del iceberg.