Luck
- Redactor
- 16 nov.
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La cartografía de un azar necesario

Hay películas que no se limitan a contar una historia, construyen un territorio. Luck, la producción animada de Apple TV firmada por Skydance Animation, es una de ellas. No se conforma con narrar las peripecias de su heroína; erige un atlas invisible de la fortuna, un país secreto donde la buena y la mala suerte conviven como dos estaciones inevitables de la misma vida.

Sam Greenfield, joven huérfana condenada a una racha interminable de infortunios, encarna la figura universal del caminante que tropieza con la misma piedra… y, sin embargo, sigue caminando. La suya no es la torpeza cómica de la farsa, sino la del alma que se enfrenta, día tras día, a un mundo que no se acomoda a sus deseos.

Un hallazgo fortuito —una moneda mágica— abre ante ella el portal hacia la Tierra de la Suerte, un reino minuciosamente administrado por duendes con acento escocés, gatos negros de mirada elocuente, dragones con protocolo corporativo y criaturas que, desde las entrañas de un engranaje cósmico, regulan el flujo del azar con la precisión de un reloj de Vacheron Constantin.

Bajo su capa de aventura y humor, Luck propone una idea radicalmente sencilla, no existe la vida sin contratiempos. La mala suerte no es un virus que deba erradicarse, sino un contrapunto imprescindible para que los momentos luminosos adquieran sentido. Sin noche, el amanecer sería una simple variación de luz.
Es un mensaje que resuena con especial claridad en tiempos donde la cultura de la inmediatez nos exige felicidad continua, aceptar la pérdida, la demora, el error… es aprender a respirar al ritmo de la realidad.

Resiliencia: La insistencia de Sam en seguir adelante, incluso cuando todo conspira para que se rinda, nos recuerda que la dignidad humana reside en el movimiento.
Generosidad: Su viaje no busca acumular fortuna personal, sino ofrecer una oportunidad a otra vida.
Aceptación: El reconocimiento de que buena y mala suerte son notas inseparables de la misma partitura.
Amistad improbable: El vínculo con Bob, gato negro de ingenio afilado, es una metáfora de cómo lo diferente y lo complementario pueden conjugarse para abrir caminos.

Sam, con su mezcla de fragilidad y coraje, representa a todos los que alguna vez se sintieron fuera de compás. Bob, su guía felino, es la ironía hecha carne —o pelaje—, siempre dispuesto a señalar las incoherencias del mundo. La Dragona Babe, imponente y maternal, encarna el orden en medio del caos. Gerry, el duende, es el recordatorio de que incluso en los engranajes más rígidos hay lugar para la calidez.
Epílogo: el arte de la incertidumbre
Luck no es, en el fondo, una película infantil, es una fábula intergeneracional que recuerda a los adultos que la perfección es estéril y a los niños que perder no significa fracasar. Nos enseña que vivir es habitar un territorio donde cada piedra, cada flor, cada curva del camino tiene un propósito que a menudo desconocemos.
Quizá —y aquí radica la belleza de su propuesta— la verdadera suerte no sea evitar la tormenta, sino aprender a bailar bajo la lluvia con la certeza de que, tarde o temprano, el sol volverá.











